El
desprendido David Rubio vuelve a
impulsar un encuentro creativo desde su blog «El tintero de oro». Esta 35ª convocatoria toma su inspiración en el
escritor estadounidense John Kennedy
Toole y su imprescindible novela de «A Confederacy of Dunces» –La conjura de los necios– una de mis
favoritas como lector y de mis referentes como escritor.
Esta
convocatoria me ha resultado muy especial, ya que he tenido la suerte de
participar en ella con un texto coescrito junto a Flor: autora de una creatividad
vivaz y con una impronta personal desbordante.
En
principio este “regato” iba a ser publicado en el blog de Flor; pero circunstancias
personales, que ella misma te cuenta en esta entrada, han conllevado un cambio
de planes.
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Aunque,
lo que no ha cambiado es nuestra “conjuga” de estilos: el suyo, ronroneante; y
el mío, maullante. Gracias
por tu interés en nuestro “regato” sobre un cegato que tiene mucho de tozudo y
nada de necio.
Imagen a25de381f04dff38237b85df51b5395,
encontrada por Flor en Pinterest.
Cegato
(Un
relato maullado por Flor y Nino Ortea)
—¡Finalmente, ya se me ve en la cara!
O eso, o soy de Picio,
pues ella me habló de vicio luego de haber bajado su cabeza para mirármela
fijamente.
Mientras mi acompañante,
Úrsula, entre dientes decía:
—¡Con qué descaro lo mira, la descarada!
La doctora se alejó todo
lo que pudo y me encaró –con rostro enojado– tras haber auscultado lo que este
gato no le había ocultado.
—“Usted no sufre presbicia, señor Igmacio Minino. Lo suyo es puro vicio… de
quejarse”.
De nada habían servido
mis indicaciones y pronósticos. Según el diagnóstico de su profesionalidad,
tengo una visión de 10 sobre 10. Yo a esa numerología, en las horas poco frías,
la llamó “¡Pedazo orgía!”, pero con los ojos cual lirios tras su abuso de
colirios –y con mi atención puesta en el corte y confección de la bata de la
enfermera– allí, y sin que sirva de precedente, no encontré indecente el
admitir mi incultura al preguntarle a la oculista por qué insistía en esa
formulista del 10 sobre 10.
Mi acompañante me miró y
me dio un codazo –para que reprimiera mis deseos gatunos–. En voz alta subrayó:
—¿No va usted un poco ligera de ropa, con esa bata que apenas tapa su
generoso escote, enfermera lisonjera?
El caso es que la señora
doctora ignoró lo dicho por mi radiante acompañante y me indicó tanto la salida
—para mi desgracia no era la sanísima sanitaria— como que la última línea del
cartel de lectura lleva una muesca con el número 10.
Pese a su meterme prisa
para irme, volví a sentarme e insistí en mi incipiente condición de “rompetechos”
mientras llamaba doctor al extintor. Ella se rió —la enfermera, que la señora facultativa
permaneció muy entera— y de repente resonó la simple voz doctorera que me
recordó que, simplemente, me hago viejo; pero que ya quisieran mis coetáneos
tener mi ahínco visual. A lo que la afable Úrsula añadió que –tal y como ella
siempre me había destacado– es mi percepción, y no mi visión, la que necesita
dioptrías; pues veo lo que es y no lo aparente. Y a este gato lo tachan de
“cegato” por percibir lo evidente.
¡Pobre de este felino
que lleva toda su vida negándose a que lo den por liebre! ¿Y ahora quieren que
me contente porque, pese a lo viejo de mi pellejo, tengo la vista de un conejo?
Desde la escuela soy ese gato encerrado por preguntar lo que pone en el
encerado. Desde siempre, hasta el más acompasado de mis ronroneos ha sido
percibido como un maullido desafinado. Y ahora, por prohibirme, me niegan
ponerme unas gafas que me permitan ver esa realidad a la que no atino a ponerle
cascabel.
¡Remiaú!
Eso de no ver lo que los
demás vislumbran, es un serio problema. Quizá no de visión, pero sí de
adaptación. Y ya estoy cansado de ser el diferente y el raro. ¡Yo quiero ser
Premio Nobel y tenerte a mi lado, minina!
Mientras me lamentaba en
silencio, mi acompañante seguía afeándole su talante a la doctora:
—¡No es cegato, este loco gato; lo que
tiene son visiones cíclopes por su mal de amores miopes! Y por eso pide con
insistencia unas gafas. Ya que la vio y de la enfermera se enamoró pese a sus
chafas.
De nada sirvió la
explicación prímula de mi amiga Úrsula. De su consulta nos echó la oculista
inculta.
La verdad redentora de
la doctora no me había hecho libre, sino echado años y dejado sin gafas. ¡Con
lo que me apetecía llevar anteojos como Vargas
Llosa! Pero así está la cosa: yo, sin gafas; y Mario, sin Porcelanosa.
Como buen gato galán que
soy, no pararé hasta que esta bella enfermera sea mía. De día y de noche le
cantaré una sonata, le cantaré con la tuna de Tudela; y, poco a poco, ablandaré
su duro corazón.
A la luz de la luna le
citaré poemas de amor para mi bella doncella.
«Es verdad ángel de amor, que en esa alejada orilla del río el sol luce
mejor, desde aquí no llegan los rayos de sol. Vayamos pues a esa otra orilla a
tomar el sol.
Disfrutemos de nuestro amor, con tiempo y
dinero te pondré un casoplón con chofer, criada, jardinero, y azulejos y
baldosas Porcelanosa.»
719 palabras.
©Flor y Nino Ortea.
Para disfrutar de un brillante ensayo
escrito por David Rubio sobre John Kennedy Toole y acceder a la
relación de textos conjurados, sólo tienes que pulsar aquí
https://concursoeltinterodeoro.blogspot.com/2023/02/concurso-de-relatos-35-ed-la-conjura-de.html
Así mismo, te invito a que accedas al
canal de YouTube «Todo lo que tiene
nombre, existe»; donde las compañeras Ainhoa
y Gille conversan con su amenidad
habitual sobre vida y obra de Kennedy
Toole.
Si aún no te has hecho seguidor de su
blog y canal, o del de cualquiera de los gestionados por los compañeros
participantes en ésta o cualquier convocatoria “tintera”, “juevera” o “lunalunera”
te invito a que lo hagas. Los compañeros fabulantes debemos enrolarnos en
conjugaciones de creadores y no en conjuras de necios.
Nino Ortea.
Y, por si te apetece escucharlo, aquí te maullo ¡Remiaú!